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De la preocupación a la acción: ¿Por qué debería ir a votar el 11-4?

Por Guillermo Namor Kong,
Candidato Independiente a la Convención Constituyente por Atacama
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Todos lo sentimos. Chile es un país muy desigual y decirlo no es resentimiento, es simple estadística.

De acuerdo con un estudio de la Facultad de Economía de la U. de Chile, en nuestro país el 1% más rico de la población se lleva más del 31% de la riqueza (Fuente: López, R., Figueroa, E., & Gutiérrez, P. (2013). La “parte del león’: Nuevas estimaciones de la participación de los súper ricos en el ingreso de Chile. Serie Documentos de Trabajo, 379, 1-32).

Sin ir más lejos, el Banco Mundial en aplicación del famoso índice GINI de desigualdad estableció que Chile es el país más desigual de la OCDE.

¿Pero por qué esto es problemático? Parte de esa concentración va asociada al origen de quienes hoy forman parte de nuestra política. Así, más del 30% de ellos pertenecen a colegios privados y no a cualquiera, sino que, a no más de 18 determinados colegios (Moya, E., & Hernández, J. (2014). El rol de los colegios de elite en la reproducción intergeneracional de la elite chilena. Revista Austral de Ciencias Sociales, (26), 59-82.)

Ello equivale a decir, que al igual que la riqueza, el 0,01 de la población se lleva algo así como el 34% del control político. En palabras del economista y académico de UCL Francis Green «Estos números son claros y nos hablan de una sociedad donde comprar el privilegio de la buena educación significa también comprar el privilegio de la buena vida y la influencia».

Quizás esos mismos han preferido mantener esta política basada en la pasividad, la inamovilidad, y una democracia dormida por el ideario cultural de la dictadura. Ese que se expresa en frases como «que los ricos no roban», cuando todos conocemos de los diversos casos de corrupción y financiamiento ilegal de la política. Que exigir derechos sociales «es querer todo gratis», como si los pensionados que ganan $150.000 no pagaran el mismo impuesto que cualquier gerente al comprar el pan. Hablo del I.V.A, un impuesto al consumo que representa el 54,6% del ingreso nacional y da cuenta de lo regresivo de nuestro sistema tributario. O incluso, decir que logramos la estabilidad financiera y somos «un oasis en Latinoamérica», solo porque tenemos acceso al crédito y vivimos endeudados, cuando sabemos los estragos que generó la pandemia en nuestros hogares y en todo el comercio local.

Mas allá que lo anterior sea o no cierto, en lo personal, no creo en los juicios valóricos contra aquellos políticos ligados al poder económico, que, por aferrarse a sus privilegios prefieren mantener a la gente desinformada, polarizada e inconsciente, pues es del todo razonable que cualquiera de nosotros busque tener certeza que mantendrá en el tiempo las cosas que posee. Tampoco creo que esto sea un problema de clases, pues al final del día, nadie tiene la culpa de nacer donde nació.

Lo que quiero plantearles con esto, es que el proceso que tenemos por delante no es sobre la moral de las personas que no han gobernado, sino que, es más bien una discusión política sobre las instituciones que sustentan esa concentración.

La constitución es un contrato social que resuelve dos cosas centrales:

Primero ¿Por qué tenemos políticos? Uno paga impuestos y le cede la autoridad a alguien que representa al estado para que decida como se gastan. En Chile la Constitución fue impuesta por la dictadura y nadie participó informadamente en su definición, por ello sólo se garantizan libertades formales (por ejemplo, elegir mi Isapre, mi AFP, libre iniciativa económica, etc.) pero sin asegurar ningún derecho social, ni en educación, ni en salud, ni en pensiones.

Segundo ¿Cómo se hace política? Lo viene es un proceso de repensar las reglas del juego. Supongamos que la política es un deporte, y antes del partido debatiremos sobre la duración de cada cuarto de básquetbol, pero en vez de ello definiéramos el periodo de las autoridades políticas; conversáramos sobre los límites, pero no de la cancha sino de la democracia al definir que normas serán inconstitucionales; es ver si queremos mantener la altura de los arcos de futbol, pero en vez de ello establezcamos la altura de los quorum, etc.

Sin embargo, al igual que en el deporte no se puede asegurar un marcador, y quien sea que llegue a la Convención Constituyente no puede garantizar un resultado palpable, ya que el verdadero partido no lo jugaran ellos, sino quienes sean los congresistas del futuro. Lo que si pueden hacer, es buscar que el día de mañana las reglas del partido nos permitan medirnos y colaborar con la mayor igualdad de condiciones posibles.

Hoy tenemos una oportunidad única. Por primera vez, está en nuestras manos la posibilidad de cambiar el curso de la historia, participar en la determinación de la forma en que se realizará la política en el futuro y definir cuáles serán las instituciones que nos llevarán a ser una sociedad más justa, inclusiva y participativa.

Asumamos nuestra responsabilidad en este problema. Lo queramos o no, el no participar en política es hacer política. Quitémonos de la cabeza a ese Juan Herrera de la serie “los 80”, que cree que las cosas no van a cambiar, y aceptemos no habían cambiado porque de una u otra forma, nuestra inactividad institucionalizaba la mantención de una situación injusta.

El 11 de abril se define quienes escribirán el futuro de nuestro país. Con tu voto decides tú futuro, el de tus hijos y tus nietos.

Acá tu decides. O votas o alguien elegirá por ti. Después de treinta años de transición ¿Vas a dejar que los mismos de siempre sigan “aportando”?.

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